Homenagem, Burle Marx y Malba

Proyecto de Nushi Muntaabski y Cristina Schiavi

Historia.

A los seis años me mudé a la esquina de Figueroa Alcorta y Salguero, en un edificio que es el único sobreviviente de esa época en toda la manzana, allí está como un pequeño recorte del pasado.

En ese entonces el predio que ocupa hoy la plaza y el edificio del Museo Malba tenía una geografía muy diferente. Lo que hoy es la plaza era un lugar que pertenecía a Villalonga Furlong, una empresa de transporte, con lo cual la vista desde mi balcón (que daba a la calle Salguero ) era bastante gris y fea. Un día ese lugar se incendió…todo se transformó en ceniza, conservo aún fotos del incendio, porque nos asustamos mucho, el calor era tan fuerte que los vidrios del balcón se partieron.

Con el tiempo empecé a ver que se limpiaba la zona y aparecían camiones de construcción. Mi padre llegó un día feliz y dijo, ¡van a hacer una plaza, y la va a diseñar Burle Marx ¡ yo tenía 8 años cuando mi padre entusiasmado me contaba de este artista que él admiraba, con el tiempo empezó a aparecer una figura espiralada, luego pintaron un enorme mural al fondo, eran figuras geométricas, como montañas negras, rojas, blancas y grises.

Cerca de la esquina emplazaron una escultura, yo la llamaba estatua. Era un Inca, El inca Garcilaso de la Vega.

Todos en casa estábamos felices, porque tanto mis hermanos, mis padres y yo disfrutábamos mucho de ese espacio. Solíamos pasar el día entero, cuando regresábamos de la escuela y ahí nos quedábamos, andando en bicicleta alrededor de la espiral, tirándonos por unos “batitubos” así los llamábamos nosotros, subiendo y bajando por unas formas  cilíndricas  maravillosas que nos hacían ejercitar el equilibrio y la destreza. Dentro tenía un arenero, donde comíamos unos sándwiches que nos hacía mi madre.

Lo bueno era que ahí dentro estábamos protegidos, y mis padres nos observaban jugar desde los balcones. Aún recuerdo como me saludaban desde el octavo piso, veía la sonrisa en sus labios a pesar de la distancia.

Mi padre me hablaba de “identidad”,  ahí me enteré que el ceibo era nuestra flor nacional, y era un brasilero el que me lo había enseñado sin querer, mi padre y Burle Marx, claro está.

A la noche todo se transformaba en algo mágico y misterioso. Porque la luz provenía de lo alto del muro pintado, lo que generaba largas sombras que transformaba la espiral en una lengua como de dragón, así la llamábamos. Íbamos a charlar con mi mamá, paseábamos a nuestra perra y era el momento donde ella me contaba de su Hungría natal. Dábamos vueltas hasta entrar y nos sentábamos muy juntas y cuando venían otros vecinos entrando en la espiral sus sombras se proyectaban como gigantes sobre el muro…eso nos daba gracia y nos reíamos.

Nunca voy a olvidar esos momentos mágicos de mi infancia. Nos mudamos de allí cuando cumplí  14 años. Extrañaba mucho la plaza, sobre todo al principio, ya que era un refugio para los buenos y malos momentos de toda mi familia.

Con el tiempo me enteré que habían destruido parte del proyecto de Burle Marx, llamé a mi papá para contarle y él se quedó mudo…y murmuro algo como: va a ser un problema diplomático. Yo no entendí porque lo hicieron. Hasta el día de hoy sigo sin entender.

Pasaron los años y apareció otra edificación allí, pegado al terreno,  el Museo Malba, que me dio la misma alegría que le dio a mi padre la plaza, infelizmente el ya había fallecido, pero sé que a él le hubiese puesto feliz de la misma manera Porque también hubiera hablado de identidad.

Malba hoy es un símbolo de la ciudad, un símbolo que se acerca sin duda al proyecto diseñado por Burle Marx en el año 1972. Un espacio donde se junta la idea del esparcimiento, la cultura y el placer. En otra armonía, pero la misma intención. Aunque uno sea una plaza y el otro un museo.

Nushi Muntaabski

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